martes, 5 de noviembre de 2013

Testimonio: libre de pecados

Aquí les dejo otro mas:
Drogado, cuchillo en mano, la delincuencia fue su estilo cotidiano de vida por años. Creció en uno de los barrios más peligrosos de Panamá. Asaltando turistas y residencias, Julio Klinger esperó la muerte en un puñal traicionero, pero encontró al Señor. Se salvó y se transformó en un fiel siervo de Dios.
Cojea de la pierna izquierda, ape­nas, pero cojea. Él dice que de sus tiempos de pandillero y asaltante queda como profunda huella un persistente dolor en la rodilla. Una herida que con el tiempo se transformó en ma­lestar crónico y herencia de una etapa sórdida, de mucha bebida, sexo y droga. Una pelea con quien creía uno de sus mejores amigos acabó con un vaso estrellado en la rótula. Una lesión que don Julio Klinger recuerda como parte de un pasado donde extravió hasta su nombre y era simplemente Gallito. Un peleador de la ca­lle, sin ley o escrúpulos.

Creció en el temido barrio El Chorrillo, un lugar del centro urbano de Panamá fundado en 1915 por negros antillanos y convertido luego en enorme tugurio, con pandillas dispu­tando el dominio de calles y negocios ilícitos. Peligroso hoy como hace 30 años.

“Nací en El Chorrillo, el 15 de agosto de 1961”, recuerda Klinger. Su hogar carecía de una figura paterna. Su madre asumió la crian­za de Julio y dos hijos más, Gisela y José. Con el tiempo, él descubriría que su madre fue adop­tada por sus abuelos. Sus raíces se extraviaron.

Tenía 13 años cuando perdió la inocencia. Empezó con el thinner, oliendo y destrozan­do sus pulmones con el derivado del petróleo. Iniciaba una ruta hacia la perdición y el deli­to. Pasó muy poco tiempo para involucrarse en robos menores. “No necesitaba hacerlo, mi madre trabajaba en el Canal de Panamá y me daba lo que necesitaba, pero las influencias iban sometiendo mi voluntad”, confiesa.

LA DROGA, SUS CADENAS

A los 16 años descubrió que su padrastro in­trodujo en casa sacos de marihuana para ven­der en el barrio. El negocio de la droga se ins­taló a metros de su habitación. Veía, además, como ese hombre mayor dejó de ser pescador para convertirse en asaltante de turistas en el Puente de las Américas.

De pronto, su madre iba obsequiando con frecuencia al joven Julio, relojes, collares y sortijas de oro. Luego entendió la proceden­cia del dinero: “mi madre también traficaba con la marihuana” y él se sumó también al negocio.

“Paraba drogado, vendía y consumía. No dejaba de robar, principalmente a turistas, sa­bía que estaban de paso y que no presentarían denuncias o se quedarían a acusarme, por lo que siempre terminaba libre”, dice.

Hasta que cayó preso por primera vez en un centro de menores, no estuvo mucho tiempo, se fugó. Volvió a la calle y nuevamente la policía lo capturó y fue enviado a un lugar llamado Es­cuela de Chapala (en el distrito de Arraiján, en las afueras de la capital). Volvió a escapar.

Curtido, cada vez más violento, pasó a ex­perimentar con nuevas drogas, la marihuana no era suficiente, probó con pastillas que molía y aspiraba. Se aproximaba a la cocaína, que inevitablemente lo atrapó.

Su madre trató de rescatarlo y envió al inte­rior de Panamá, a Chitré, capital de la provin­cia de Herrera, pero cuando retornaba a casa volvía al robo y las drogas. Armado con un cuchillo asaltaba residencias, turistas y solía defenderse de pandillas rivales.

LA PRISIÓN, SU TORMENTO

Tenía 19 años cuando volvió a ser capturado robando vehículos a mano armada, esta vez pasó a la prisión de la Isla de Coiba, conocida también como Isla del Diablo, situada en las aguas remotas del Océano Pacífico y rodeado por un mar poblado de tiburones. Estuvo pre­so 14 días, nadie presentó una denuncia. Trató de enrumbar su vida. Tenía un hijo, fruto de una relación juvenil, pero nada lo controlaba.

Las calles siempre lo atrapaban. En ese ca­minar sin destino conoció a quien luego sería su esposa. Estaba por cumplir 21 años, ella te­nía 15. Confesó que tenía otra pareja y un hijo, pero estaba terminando la relación.

A unos meses de conocerse, una pelea ca­llejera casi destroza su rodilla, un dolor perma­nente hasta hoy. “Me llevaron al hospital y me operaron mal, me malograron el tendón de la pierna. Lloraba porque no podía caminar, ella me visitaba, se compadeció y se vino a vivir conmigo, para cuidarme, sin estar casados”.

Ana Yanire dejó a sus abuelos y a los 15 años asumió el cuidado de un novio herido, en apariencia sin futuro alguno. Pese a su corta edad mostraba una madurez que sorprendió al indomable delincuente.

Recuperado, olvidó el esfuerzo de su no­via y volvió a la calle, a robar, a drogarse. Ana Yanire salió embarazada, nació Julio, dos años después Joel. Con dos hijos se especializó en la venta de drogas para mantenerlos.

Se perdía tres a cuatro días. No importaba que su familia pasara hambre. Pese a que su novia sufría de asma no escuchaba sus reclamos. Ella empezó a buscar a Dios. Un herma­no, vecino de El Chorrillo, la invitó a una Igle­sia evangélica. En la misma casa Ana Yanire leía la Biblia, mientras Julio vendía drogas.

Comenzó a verla transformada, se resig­nó a perderla. “Se irá con otro”, pensaba. Ella se fue a un retiro de ayuno con sus dos hijos. Narró sus problemas y los hermanos oraron por él. Al mes, una madrugada, mientras con­sumía drogas, Julio clamó a Dios por primera vez, sin conocerlo.

DIOS, SU SALVACIÓN

“Fue extraño”, recuerda. Años atrás había escuchado la Palabra en la cárcel, a través de un delincuente que era homicida. Oyó el Sal­mo 51: …líbrame de homicidios... “Esa parte me gustó y le pedí a Dios que no anduvie­ra más con armas, porque no quería matar a nadie, y que me guardara para que no me mataran a mí. Al parecer Dios escuchó esa petición y me guardó, porque nunca maté a nadie”, comenta.

Con el corazón duro, pero desesperado sintió hasta ganas de suicidarse, ingresó al mar, caminó directo hacia las olas, pensaba ahogarse, pero una luz fue directo a sus ojos. Se detuvo y regresó a tierra. “Dios me estaba enviando señales, debía oírlo”, dice.

“Estoy cansado de esta vida”, gritó.

Un día habló con su novia: “por favor, va­mos a buscar a los hermanos”. Era sábado, esa misma noche acudieron al culto de jóvenes, una hermana impuso su mano en la cabeza, unos hermanos ayudaron a ministrar el mo­mento. Lo llevaron al altar, se sintió liberado. Julio tenía 25 años y Ana Yanire 19.

Pidió salir del mundo oscuro y encontrar un trabajo para cubrir los gastos de su familia. A los diez días de asistir a la Iglesia del MMM en El Chorrillo, un ex compañero de las calles, que vendía drogas, fue a visitarlo. “No puedes entrar a mi casa”, le dijo.

El tipo regresó al tiempo. “En serio estás metido en eso, yo te consigo un kilo de dro­ga para vender”, prometió. Julio se defendió: “Que el Señor te reprenda”. A los quince días acabó muerto en la calle.

Al mes de convertido tuvo un sueño: un hombre le invitaba drogas y él decía que no, pero era un aviso. “Vino a buscarme un hom­bre que estuvo preso conmigo en la cárcel y quiso cambiar unas prendas por plata y por droga”, cuenta.

“Lo llevé hacer el negocio, pero advertí que no iba a tomar la droga y que sólo lo iba apo­yar por ese día. Entonces me fui con él, subió en una casa y yo lo esperaba; cuando me puse a meditar me dije: volví a lo mismo. Pedí al Se­ñor que ese hombre desparezca para siempre y nunca más regresó”, dice.

A los seis meses se bautizó con el pastor Melvin Bryam. Después nacerían su hija Yaziel y su hijo Aldair. Ingresó a trabajar en el Canal de Panamá como auxiliar de hidrografía el 1 de mayo de 1987, fue la primera muestra del poder del Señor.

Pasó por diversos exámenes después de confesar que consumió drogas. Cada dos me­ses se le practicaron pruebas y siempre salió negativo, como si el organismo jamás haya probado sustancia tóxica alguna.

• Está ud. diciendo la verdad, cómo es posible eso, le dijeron.

• Cristo me cambió, me salvó, me sanó, pro­clamó Julio.

“No terminé el sexto año, pero hoy traba­jo en la oficina como jefe de administración”, dice.

Don Julio Klinger ahora es pastor en el dis­trito La Chorrera, del barrio Balboa y es presi­dente de Jóvenes en Panamá, a nivel nacional. Ha predicado y testimoniado en Estados Uni­dos y Costa Rica.

“Todo, gracias a Dios”. Una prueba más de su gran poder

EL SEÑOR me rescato de la delicuencia testimonio

Aquí les dejo otro:
La noche empieza a caer en la ciudad de Lima y Héctor Allende Lloclla sigue navegando entre sus recuerdos. Va de aquí para allá. Salta de un tiempo a otro. Pero inconscientemente acaba yendo a parar una y otra vez al instante que transformó el curso de su vida. Ese instante que lo llevó de la criminalidad a la tranquilidad. A punto de cumplir 47 años y mientras ojea una voluminosa y reluciente Biblia, quiere dejar muy en claro que la resocialización de cualquier hombre de mal vivir, como él lo fue alguna vez, es totalmente posible. Lo ilustra con su propia biografía. Ayer era un ladrón que asaltaba a diestra y siniestra. Hoy se ha convertido en un varón renovado que pasa sus días predicando la Palabra de Dios.

Frente a la entrada del Penal Lurigancho, en uno de los rincones más temidos de la capital peruana, Héctor de pronto recuerda su infancia en la que se incubó su actividad delincuencial. Dice que contempló el mal comportamiento de su padre, un hombre violento que amaba al alcohol más que a su propia familia, y se acostumbró a ver como el dinero escaseaba dentro de su humilde hogar. Rememora, también, que desde los ocho años debió trabajar como vendedor ambulante de verduras para ayudar a sostener las endebles arcas financieras de los Allende Lloclla. Confiesa, además, que fue un chico que creció anhelando escapar de la pobreza y planeando formas para ser "muy rico" y darle muchas comodidades a su madre.

En el transcurso del relato que Allende hace sobre los momentos de sus primeros años de vida, transcurridos en las calles del distrito de Independencia, destacan varios pasajes. "Nací el 7 de septiembre de 1965 en la maternidad de Lima. Fui el segundo de diez hermanos. Mi papá se gastaba todo su dinero en alcohol y golpeaba mucho a mi mamá. Yo la consolaba y siempre le prometía que cuando creciera la iba a defender. Entonces crecí con mucho resentimiento y odio. Desde pequeño traté de ser grande y me escapé a fiestas y solía estar con adultos fumando y tomando. A los catorce años empecé a trabajar como lustrabotas y allí se inició mi andar en el mundo de la delincuencia", asegura mientras acomoda el nudo de su corbata.

LA MALA VIDA

Con un gesto adusto, Héctor contesta cada una de las inquietudes sobre ese espacio de tiempo que lo depositó al margen de la ley. ¿Cómo empezó todo? ¿Dónde fue? "En el centro de la ciudad de Lima, en los años ochenta, cerca de la Plaza Dos de Mayo conocí a una banda de chicos de la calle que asaltaban, como pirañas asesinas, a cualquier transeúnte despistado. Ellos me daban los objetos que robaban para guardarlos y así fue como me vinculé con el hampa y me quedé deslumbrado con el dinero que se ganaban haciendo cosas malas. Después, yo mismo comencé a hurtar y desaparecía de mi casa para irme de farra. Mi madre, preocupada, me tenía que ir a buscar sin saber todo lo que yo hacía", recuerda.

Poco después de culminar la secundaria, Allende terminó su oscura evolución y se trasladó a la selva central del Perú para enrolarse a las filas del narcotráfico. Seducido por los "magníficos" comentarios que destilaba la zona del Huallaga, cuna del tráfico peruano de drogas, una mañana de inicios de 1985 llegó a la localidad de Aucayacu donde con rapidez se unió a una "firma" local. Entonces sembró, cosechó y procesó coca y llenó sus bolsillos con muchísimo dinero. "Yo había salido de Lima con la meta de ganar todo el dinero que me fuera posible. Trabajé en el narcotráfico cerca de un año y gracias a Dios, aunque estuve frente a la muerte muchas veces, nunca me pasó nada y salí bien librado", narra.

Héctor cuenta que a su retorno a Lima se sintió "el tipo más rico del mundo" y poco a poco se fue gastando la pequeña fortuna que había amasado lejos de casa. Su dinero duró escasamente unos meses y después, apremiado porque su progenitora se había contagiado de tuberculosis y angustiado por prolongar su disipada vida, buscó la manera más sencilla de obtenerlo. En ese instante fue que se juntó con un grupo de maleantes de su barrio y empezó a construir su propia leyenda como el más avezado y malvado de los ladrones del distrito de Independencia. Empero, tras robar la casa de un oficial de la policía peruana se fue a la cárcel y dejó sentadas las bases de su amplio y extenso historial penitenciario.

En 1989, después de salir por primera vez de prisión, donde perfeccionó su andar delictivo, Allende redobló sus fechorías. Un robo por aquí. Otro por allá. Hasta que al poco tiempo volvió a ser recluido. Luego de ser excarcelado, insistió en seguir cometiendo atracos y recuperó el tiempo perdido. Así tras a una seguidilla de asaltos a mano armada de nuevo acumuló una gran cantidad de dinero. Y fue tanto el fruto de sus delitos que, enajenado por el alcohol y las drogas, llegó a dormir sobre una pila de billetes que utilizó "como almohada". Posteriormente, luego de robar una empresa de transportes, retornó a una celda del Penal Lurigancho. Entretanto, en medio de su vida de delito, había tenido dos hijos con una joven que era familiar de un socio de fechorías.

EL CAMINO DEL SEÑOR

A Héctor se le ilumina el rostro al momento de rememorar cómo terminaron esos días grises de su vida. De hecho, saca a relucir su mejor sonrisa y expresa: "Cristo siempre resguardó mi camino. Él tenía todo planificado para que yo llegara al camino de Dios. Después de salir libre por tercera vez, cuando la madre de mis dos primeros hijos se había marchado fuera del país, de nuevo reincidí con los robos y estuve a punto de morir en un tiroteo con la policía. Eso fue en un asalto frustrado a una empresa luego del cual me detuvieron cuando intentaba escaparme corriendo como un loco. El Señor me quería devuelta en la cárcel para mostrarme toda misericordia y amor".

El anochecer ya llegó y Allende está dentro del templo, en el distrito de San Juan de Lurigancho del Movimiento Misionero Mundial, donde colabora para engrandecer la Obra de Cristo, y ahora se apresta a charlar respecto al instante que transformó el curso de su vida. Hace una pausa en su discurso, toma un poco de aire, y afirma: "una noche de 1994, en el penal de Lurigancho, miro al techo de mi celda y noto que este ya no estaba. Luego veo que del cielo bajan dos ángeles. Entonces les pregunto: ¿quiénes son ustedes? Y ellos me responden: Dios nos ha enviado por ti, levántate que tienes que ir con nosotros. Yo de inmediato empiezo a gritar: no me lleven por favor, Dios nunca me dio una oportunidad, por favor Dios dame una oportunidad".

La respuesta del Creador, según Héctor, no se hizo esperar y escuchó una voz que le dijo: "Yo soy Jehová tu Dios, si tú quieres que te perdone dobla tus rodillas, arrepiéntete de todo lo que has hecho, confiesa tus pecados y yo te voy a perdonar". En ese mismo instante, asegura que clamó a Jesús y le pidió perdón por todas sus fechorías. Después ya nada volvió a ser lo mismo para él. Atrás quedarían alrededor de un centenar de asaltos de gran revuelo, sus días de delincuente "rankeado", su veneración por imágenes e ídolos inexistentes, su condición de "taita" carcelero y hasta su carácter indómito. Conocería al pastor Teófilo Estrada Maíz y se incorporaría al Movimiento Misionero Mundial para difundir la Palabra del Señor.

Héctor Allende Lloclla reflexiona, en la fría noche limeña, en busca de las palabras exactas para definir ese instante que lo depositó en la tranquilidad luego de haber estado enterrado en la criminalidad. Se le ocurre que llegar a Jesucristo, como él lo hizo, es una posibilidad al alcance de cualquiera, y piensa en los seis años que pasó en el penal de Lurigancho hablando de las buenas nuevas y conquistando almas para Jesucristo, una tarea que, desde el año 2000, prosigue en libertad con gran éxito. "Dios me sacó de la delincuencia y hoy estudio Derecho y vivo entregado al Señor al lado de mi esposa Ada. Mi cambio es una muestra de que el Salvador es la verdad más grande de la vida", sentencia este hombre que nunca deja de hablar del Todopoderoso.

DIOS me lavo y me sano las heridas testimonio


Atrapado por desgracias, maldad y vicios, Santos Pereyra Bautista era la imagen de un hombre destruido que habitaba en la selva peruano-brasileña. Se resistía a entregarse al Señor, parecía insensible hasta que dobló las rodillas, renació y fue salvado.

sentado cerca de la puerta de ingreso de su hogar, en el centro de la ciudad de Iquitos, República de Perú, Santos Pereyra Bautista cuenta su historia como si fuese una película dramática con final feliz. Y es que hubo un gran tiempo en el que su vida estu­vo atenazada por las desgracias, la maldad y los vicios como un animal atrapado por una planta carnívora. Sin embargo, poco queda de aquel hombre de origen brasileño que tocó fondo y estuvo a merced de lo munda­no más de cuarenta y cinco años. Hoy es un miembro más de la Iglesia del Señor.

Pereyra, quien nació el 1 de noviembre de 1947 en el puerto brasileño de Tabatinga, se crió en el seno de una familia dedicada al co­mercio, la industria maderera y al transporte fluvial. Hijo de Arturo Pereyra y Laura Bau­tista, Santos emigró a los seis años de edad a la urbe fronteriza de Caballococha, capital de la provincia peruana de Mariscal Ramón Castilla, desde donde su padre repartía ali­mentos y diversos productos a diferentes localidades ubicadas a orillas del río Amazo­nas. La actividad mercantil de su progenitor, como era de esperar, lo fascinó y lo unió a las aguas del río más largo y caudaloso del mundo sobre el que navegó junto a él en un sinfín de ocasiones.

A MERCED DEL MAL

Luego de algunos años, la existencia sose­gada de Santos Pereyra, el mayor de ocho hermanos, se terminó de golpe con la muerte de su madre en 1964 a causa según su pro­pia versión de “un trabajo de brujería”. Fue a partir de ese instante que, igual que tras el paso de un huracán, sus días se mancharon con lo más nefasto de este mundo. La nue­va esposa de su papá, una mujer carente de ternura, dispersó a todos los miembros de su familia y los alejó del seno paterno. Enton­ces, mientras el planeta miraba con pánico los momentos más caldeados de la Guerra Fría, a él no le quedó más alternativa que irse a vivir a Iquitos con unos parientes quienes con prontitud lo envolvieron en lo mundano.

En efecto, en la ciudad más grande de la Amazonía del Perú, Pereyra descubrió el pe­cado y lo más sórdido de la especie humana. “Cuando uno no conoce la Palabra del Señor hace lo que quiere y está expuesto a muchos peligros como me pasó a mí en mi juventud. Porque desde que llegué a Iquitos, después de la muerte de mi madre, me dediqué a to­mar alcohol con gente adulta y me metí por completo en la fornicación sin meditar en los riesgos de mis acciones. En aquel momento, sin el amparo de Dios, creía erróneamente que ese tipo de comportamiento era normal y natural. Hoy me doy cuenta que todo eso fue muy negativo y sentó las bases de la oscura vida que viví luego”, rememora acongojado.

Sin embargo, no todo fue maligno para Santos en la cuna de la cultura selvática pe­ruana. Allí, a más de mil kilómetros de dis­tancia de la capital del Perú, también tuvo una vida particular recubierta de logros y alegrías. Pereyra Bautista, en primera instan­cia, estudió educación. Luego, al culminar su preparación académica, consiguió un puesto laboral como maestro y finalmente, a la edad de veintidós años, se unió en matrimonio con la educadora peruana Dora Noriega Shapia­ma. Ahora, cuarenta y cuatro años después, él se queda con el recuerdo de lo mejor de aquellos tiempos, pero admite que la ausen­cia de Dios le impidió disfrutar las situacio­nes favorables en pleno.
RUMBO ERRADO
Al poco tiempo de casarse, Santos Pereyra Bautista se terminó de fusionar con el mal. Ca­rente de guía espiritual, a merced del diablo, este hombre sin darse cuenta cayó rendido ante la seducción de las tentaciones carnales, el licor, los juegos de azar y las malas com­pañías. Las consecuencias lógicas no tardaron en aparecer. Su historia se volvió a convertir en un pantano de tinieblas. Su matrimonio, de igual forma, se transformó en un calvario con disputas terribles. Su carrera magisterial también se arruinó y finalizó de forma abrup­ta tras ser despedido por abandono de funcio­nes. Además sus finanzas se desplomaron y perdió gran parte de su peculio personal.

Antes de hundirse por completo, sabien­do que ya su rumbo era equivocado, Santos a la edad de treinta y dos años se autoexilió en las corrientes del Amazonas. Sin salir de su asombro, recién echado de su puesto, tomó las riendas de una pequeña embarcación y empezó a transportar personas por el mítico río que recorre el continente sudamericano de oeste a este. La necesidad lo empujó hasta allí y lo entregó a los brazos de la opresión. “No me quedó más alternativa que ganarme de al­guna forma el pan de cada día. Le había falla­do tantas veces a mi familia y me sentía muy mal y desdichado. Felizmente, en el transpor­te encontré una vía para salir adelante”.

En 1982, en el inicio de la irrupción del narcotráfico a escala mundial, Pereyra Bau­tista se unió al clandestino negocio de los estupefacientes. Un familiar suyo, dueño de un lujoso yate, lo contrató como piloto y lo introdujo en aquel submundo. Santos igual que un kamikaze, sin mayores opciones, sucumbió ante la tentación y se subió a las alas de lo prohibido. Empero, luego de cua­tro meses de labores, cuando ya empezaba a convertirse en un experto en el traslado de drogas y narcotraficantes, fue apresado cerca de la ciudad peruana de Pucallpa. Entonces, pasó siete meses entre rejas y tras un proceso inusual fue liberado por “falta de pruebas”.

Invadido por el temor, como un pájaro herido, Pereyra se alejó por completo del narcotráfico ni bien recuperó su libertad. Una vez liberado, cuando regresó a la calu­rosa Iquitos, con el apoyo de su esposa con­siguió trabajo como chofer de una institución pública peruana a mediados de los ochenta.

No obstante, y pese a que escuchó hablar de Jesucristo, Santos regresó sobre sus pasos y retornó a los brazos de los placeres sexuales, el licor, los casinos y tragamonedas y las jun­tas nocivas. Fue una especie de oda a lo inex­plicable y a lo absurdo. Un impulso demente que, según su testimonio, lo llevó a sumer­girse en una caverna de degradación que lo llevó a los pies de la locura.

VIDA NUEVA

Cuando el lunes 19 de abril de 1993, Santos Pereyra ingresó angustiado por sus innu­merables errores a una Iglesia evangélica en Iquitos, se encontró con un momento propi­cio para conocer de cerca la Palabra de Dios y su poder restaurador. Sabía que era el único camino que le quedaba a mano para evitar ser tragado por las fauces de Satanás. Casi veinte años después de aquel día, amparado por el amor del Altísimo, se apura para afir­mar que en aquel momento el Señor le quitó la venda espiritual que no lo dejaba vivir en paz. Esta liberación, como un hierro canden­te, determinó el discurrir del resto de su vida.

Con el Señor de su lado, Pereyra consiguió en poco tiempo liberarse de sus vicios y tuvo acceso a una nueva existencia. Sin muros ni cadenas a su alrededor, este brasileño de sonrisa ancha trocó amarguras por felicidad y conforme a su propia confesión: “el Señor me iluminó con su luz y me permitió dejar atrás todo lo malo. Porque aunque me trató con dureza para alejarme de las perdiciones en las que estuve metido, soy consciente que Él es el único responsable de mi transfor­mación. Y pensar que yo antes de conocerlo quería huir al Brasil para olvidarme de todo. Bendito sea el momento que fui impactado por Su Palabra”.

A la luz del cristianismo, lejos del mal, San­tos Pereyra Bautista ha comprendido que explicar lo inexplicable a la humanidad casi siempre puede ser inútil. No obstante, ahora que lleva cerca de dos décadas dentro de la comunidad evangélica reivindica el rol pro­tagónico que juega Dios para los seres huma­nos. Un reclamo que considera el “más justo” dentro en un mundo que se consume en el fuego sordo de la decadencia espiritual. Ple­no del cariño celestial, Santos con fe absoluta sentencia que: “Cristo es el único que pue­de lavar todas las heridas del alma, me las lavó y sanó. No hay nadie como Él. Su bon­dad es infinita. Aunque muchos duden de Él, aunque seamos pocos los que seguimos el Evangelio, ahora sabemos que Jesucristo es el Señor.

Testimonio de sanidad de sida

JESUCRISTO DIJO : Y YENDO, PREDICAD, DICIENDO :
EL REINO DE LOS CIELOS SE HA ACERCADO. SANAD ENFERMOS, LIMPIAD LEPROSOS, RESUCITAD MUERTOS, ECHAD FUERA DEMONIOS; DE GRACIA RECIBISTEIS, DAD DE GRACIA.
Mucho se ha dicho acerca de las enfermedades, a algunos se les ha condenado, Dios que es amor, ama al que peca pero rechaza su pecado, la paga del pecado es muerte pero el regalo de Dios es vida eterna!!
Jesus vino a dar vida en abundancia, el precio de la sanidad la pago en la cruz!! no importa la enfermedad, cuando el hombre se pone a cuentas con Dios el restaura y sana al hombre.
Hay una persona en esta ciudad de Cancun que por respeto a el no incluire el nombre, es un jefe de recursos humanos de una cadena hotelera importante. Hace cuatro meses vinieron a verme sus papas para hacerme una invitacion para orar por su hijo, el tiene 34 de edad pero los doctores tanto en Merida Yucatan y la ciudad de Cancun coincidian en que no habia solucion, lo enviaron a su casa para que muriera y que no gastaran mas en vano, mi primera impresion al verlo fue de alguien que vivia con culpa y aceptaba el diagnostico de que moriria, se sentia sin esperanza y sin fuerzas, Pero Dios tenia otro diagnostico!!
Le empece a compartir porciones de la biblia donde Dios da promesas de sanidad y vida, le lei algunas sanidades que Jesus hizo, y le pregunte Quieres ser sano??
Una pregunta aparentemente absurda, pero en otras palabras le dije: Tu vida al ser sana tendras que cambiar tu estilo de vida, de alguien frustrado a ser alguien que viva en victoria, de ser alguien con culpa, a ser alguien que viva en perdon, de llevar una vida desenfrenada a vivir una vida amando a Dios.

* Quieres ser sano ??

* El dijo si quiero!!
Le dije Dios quiere tambien, el habia disminuido de peso debido a la enfermedad, por lo que casi no tenia fuerzas, oramos por el le abrazamos le dijimos cuanto Dios le ama y cuanto Dios quiere hacer con el, cuantos propositos tiene Dios para su vida.
Nos despedimos de el , unos dias despues salieron de Cancun a la ciudad de sus padres, Santiago Tianguistengo en el Estado de Mexico.
Los papas lo llevaron a que muriera entre los suyos, pero el se aferro a las promesas de Dios y mientras le decian no te aferres a imposibles el decia : A mi me dijeron que la fe es la certeza de lo que se espera , y la convicion de lo que no se ve, yo estoy seguro que Dios ya me sano en la cruz cuando murio por mi, y yo me veo sano porque le creo a Dios.
Pasaron varios meses y un dia de reunion en un hogar un hombre me busco aqui en Cancun el cual yo no reconocia cuando me dijo: Me recuerda ? usted me menciono que Dios me ama y que tiene propositos para mi vida.
Aqui estoy con 3 estudios en distintos laboratorios:

DIOS ME SANO YA NO TENGO SIDA Y AHORA LE SERVIRE!!! GLORIA A DIOS !!

Dios lo hizo, nunca dudes que Dios esta contigo y que quiere usarte, el te ama, al que cree todo le es posible. Deseamos que Dios te siga prosperando abundantemente.

Testimonio de Alice cooper

un viejo rockero que se convierte en cristianismo:
Le ha visto las orejas al lobo. O al diablo. Y Alice Cooper, el rockero que dejaba sueltas serpientes pitones sobre el escenario y guillotinaba gallinas durante sus conciertos, acude ahora a una apacible iglesia evangélica. El músico de Detroit, de 52 años, ha hecho una confesión en la revista de música cristiana «Hard Music Magazine» que habría sido difícil de creer hace pocos meses. «Ser cristiano es algo en lo que vas progresando, es una dinámica en movimiento.
Uno va aprendiendo. Uno va a su estudio bíblico. Uno debe rezar», ha asegurado.


Los viejos rockeros nunca mueren. Pero, con el tiempo, algunos se convierten. Las letras de las canciones de Alice Cooper hablaban de necrofilia, violencia, sexo, alcohol y drogas. Ahora quiere dedicar su vida «a seguir a Jesucristo». La razón del cambio radical la ha explicado el propio Cooper. Cuando el alcoholismo estuvo a punto de arruinar su vida y su matrimonio, su esposa Sheryl le llevó a un templo evangélico en el que el pastor «lanzó un sermón incendiario sobre el infierno». El religioso despertó en el controvertido músico «las ganas de no querer ir al infierno», y las olvidadas oraciones y creencias de su infancia recuperaron protagonismo en su vida.

Una bruja del siglo XVII

Ciertamente, la predicación del pastor evangélico debió de ser estremecedora para conmover las fibras del curtido rockero. Vincent Furnier tomó prestado el nombre «Alice Cooper» de una hechicera del siglo XVII que murió en la caza de brujas de Salem. Su rodaje como rockero comenzó pronto, en la escuela de secundaria. Pero su grupo, Earwings, no quedó como uno más de tantos grupos rockeros de adolescentes. Encarnó la primera camada de heavy metal junto a Deep Purple, Ozzy Osbourne y Black Sabath. Fue pionero del shock rock, codo con codo con grupos como Kiss, Twisted Sisters y el cantante satánico Marilyn Manson.

Sus conciertos no eran precisamente un recital de delicadeza y buen gusto. Cooper los solía terminar destrozando a golpes de hacha muñecos que guardaban un gran parecido con bebés, y aparecía sobre el escenario con un espeso maquillaje negro que chorreaba desde sus ojos hasta la boca, lo que le confería un aspecto diabólico. La multitud enfervorecida que acudía a sus recitales le respetaba y escuchaba sus consejos como venidos del gran gurú espiritual del heavy metal.

Ahora sigue dando consejos, pero desde el polo opuesto. «No quiero convertirme en una celebridad cristiana», ha asegurado en «Hard Music Magazine», porque «es muy fácil concentrarse en Alice Cooper y no en Cristo. Yo soy un cantante de rock. No soy nada más que eso. No soy un filósofo. Me considero muy abajo en la escala de cristianos conocedores. Así que no busques respuestas en mí». «Yo era una cosa antes. Ahora soy algo completamente nuevo. No juzguen a Alice por lo que solía ser. Alaben a Dios por lo que soy ahora», sentencia el rockero en la entrevista.

Su temor a la condena le ha llevado a cambiar también su punto de vista sobre el diablo. «Yo quiero decir: ¿tengan cuidado! Satanás no es un mito; no vayan por ahí creyendo que Satán es una broma», advierte.

50 millones de discos

La relevancia del músico queda patente al comprobar sus cifras de ventas: nada menos que 50 millones de copias vendidas de sus veintiún álbumes en más de treinta años de carrera. En 1971, «Eighteen» fue su primer single en entrar en la lista top norteamericana. Pero su verdadero boom llegó un año después, con su tema y disco «School´s out», un album que sembró la polémica y que se situó entre los diez más vendidos de ese año.

Cooper sigue en activo, haciendo realidad el aforismo que propugna la inmortalidad de los viejos rockeros. En marzo del pasado año actuó en Barcelona y Madrid, llenando el polideportivo Vall d´Hebrón y la sala La Riviera. Con frecuencia acude a programas de televisión en Estados Unidos; juega al golf con famosos en Hollywood y gestiona su rentable restaurante -Coopers Town-. Y entre patt y patt, acude a la iglesia a orar al Señor.

Te fe en DIOS

Han oído la cancion la gloria de DIOS creada por Ricardo montaner el que no escúchenla en youtube
La gloria de dios lo puede todo aveces no creemos en dios pero lo que trato es que ustedes conoscan a Dios de como es de que muy glorioso,que la gloria de dios es gigante y sagrada que nos ponen hilos de amor para guiarnos en el camino del mal.

Testimonio de Ricardo montaner

Han oído el testimonio de Ricardo montaner para el que no lo haiga escuchado aquí se lo dejo:
Ricardo montaner  nos deja un día la enseñanza de que la vida cualquiera la puede tener tomando su fe y poniendola en las manos de JESUS el que nos protege en la vida entera.
Ricardo montaner nos dice que a el desde muy pequeño le encantaba ir a los médicos donde curaban a personas, cuando un día le dijo a un taxista que le diera el paradero de un hospital en donde se de el tema del aborto o de los suicidios cuando el llego le dio cosa al ver los bebes destrosandolos cuando entro a una sala y vio a un niño al lado de sus padres el cual sufría de una infección  `del oído en esos momentos el se preguntaba que hacia allí que le podía decir a esos padres si los artistas lo único que hacen es tomarse fotos regalarlas y autografiar las o firmar papeles pero en ese momento el nada mas se sabia el padre nuestro así que le dijo a los padres:
Padres lo único que yo me se en estos momentos es el padre nuestro y yo quiero ayudarlos a ustedes para que este bebe pueda tener sus fuerzas de nuevo.
En esos momentos el bebe tenia 9 meses y tenia como nombre Mauricio estaba internado con muchos cables y había una huelga de doctores y la infección le llego al cerebro el bebe ya estaba casi muerto.
Ricardo montaner dice que el oro con esos padres con toda su fe que la puse en manos de dios para que sanara a el bebe, Ricardo montaner se tuvo que ir a un concierto en una cancha y el se le dio la necesidad de contarle a sus compañeros lo que le había pasado después de 1 año se entero que el bebe se movió a los 9 días de ese concierto que la mama salio corriendo a decirle a la enfermera y la enfermera no le creía decía que era por los medicamentos pero que el bebe no iba a moverse nunca jamas, Ricardo montaner enseguida llamo a su esposa el cual estaba embarazada y le dijo que ya sabia el nombre para su hijo que se llamaría Mauricio  ella le dijo que esta bien que si el quería en esos momentos cuando termino algunos proyectos se fue a vivir donde estaba su esposa y ella estaba ablando con su pastor y Ricardo le dijo que el no era cristiano que le enseñara a ser un buen cristiano y desde ese momento se convirtio a CRISTO señor DIOS nuestro.
ESPERO QUE LES HAIGA CONMOVIDO ESTE TESTIMONIO